Un Beagle y Yo

When you have eliminated the impossible, whatever remains, however improbable, must be the truth.

Amueblar un vacío

– ¿Pero no piensas que son pocos los que creen en la cultura como alternativa festiva?

– Sin duda, y creo que es un punto en el que se insiste poco: el de la necesidad de la cultura para ayudar a soportar el ocio. Tú y yo ya lo hemos hablado algunas veces. La idea es: cuando una persona es culta menos dinero necesita para hacer unas vacaciones o pasar un día feliz. Y cuanto menos cultura posee, más derroche, más gasto, más pirotecnias se necesitan, más ritos, porque no es fácil intentar amueblar un vacío. Y el interior de nuestra conciencia, por pequeñitos que seamos, es tan infinito que por más cosas que le echemos dentro nunca se llenará. Por ello, o bien vamos creando un fermento productivo, o si intentamos llenarlo de cosas exteriores nunca seá suficiente porque el pozo no tiene fondo.

 

Juan Arias – Fernando savater: El arte de vivir.

 

Hace 2000 años …

 

Hace 2000 años le contaban a Sócrates las mismas milongas que me cuentan a mí.

 

Así es, pues, la verdad, y lo reconocerás, si, abandonando ya la filosofía, trasladas tu atención a cosas de mayor importancia. La filosofía es ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los años juveniles; pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido, es la ruina de los hombres. Porque, aunque se esté bien dotado intelectualmente, si se filosofa hasta edad avanzada, necesariamente carecemos de experiencia en todo aquello que debemos conocer bien, si queremos ser hombres distinguidos y de buena reputación. Y, en efecto, los que se comportan así llegan a ser desconocedores de las leyes de la ciudad y de aquel modo de hablar necesario para tratar con los demás en las relaciones públicas o privadas, así como de las pasiones y placeres humanos, y, en una palabra, son por entero ignorantes de las costumbres. Por tanto, cuando toman parte en algún negocio privado o público, son objeto de irrisión, como lo son también, según creo, los políticos, cuando acuden a vuestras pláticas y discusiones filosóficas. Y es que ocurre lo que dice Eurípides: “Brillante y afanoso es el hombre en aquello en que él se supera a sí mismo, y a ello dedica la mayor parte de su tiempo.” Pero huye del sitio donde es insignificante; desprecia esto y alaba lo otro, a causa de su amor propio, considerando que así se alaba a sí mismo. Mas, en mi opinión, lo más acertado es aplicarse a ambas cosas. Hermoso es atender a la filosofía en tanto que es útil para la educación, y no está feo en un joven el filosofar; mas cuando un hombre, llegado a edad madura, filósofa todavía, la cosa se convierte en ridícula, amigo Sócrates, y ante esos practicantes de la filosofía tengo una impresión muy semejante a la que experimento en presencia de los que pronuncian mal y se comportan de modo infantil.

 

Georgias, Platón.

 

Valiente hijo de puta

Allí estaba yo, haciendo cola, sin haber dormido en tres días, oliendo miserablemente a tabaco –lo que camuflaba mi falta de aseo personal, el pelo sin peinar recogido en una coleta a medio hacer, la barba sin afeitar que por algún extraño motivo me crecía desmesuradamente por los lados, una hora en el mismo sitio mirando esa interminable sucesión de personas, valientes imbéciles como yo, cuando de pronto la vi, delante de aquel chico con la camiseta azul, conversando con su acompañante, un chaval de nuestra edad, el pelo repeinado y engominado hacia un lado, ralla y todo, su barbita fingida de tres días y que en realidad se había recortado a maquina, seguramente una Braun de esas caras, su polo de pijos perfectamente planchado, el jersey de pijos dejado caer y atadas las mangas sobre su pecho con un perfecto nudo. Hijo de puta. Estaba a punto de tirarle el paquete de tabaco a la cabeza, pero no tenia pasta para otro.

Sobre el exilio

No puedo trabajar en España; no sin que antes el salario me sea reducido, para pagar a mis acreedores, hasta el mínimo interprofesional. No puedo poseer bienes, sin que me sean embargados. Estoy condenado a no tener nada, a vivir con lo mínimo, o pagar lo que debo. Soy un moroso.

Me compré un piso; ese fue mi error. Tenía 19 años. Vivía de alquiler con mi novia. Había dejado los estudios un par de años antes para trabajar en la construcción. No era mal estudiante; era mal alumno. No acabé el bachillerato; la obra me daba menos sermones, todo lo que me enseñaba tenia un sentido, nada inútil; los conocimientos eran aplicados de inmediato, cumpliendo unos objetivos claros por los cuales se me pagaba; un propósito bien definido: conseguir dinero. Creía que esta vida se trataba de eso: dinero. Estudiar era una manera de conseguirlo, puesta ahí para los más delicados, los débiles; y pagaban esa debilidad con incertidumbre, no sabían si al final acabarían sirviendo platos, con carrera y todo. Yo no estaba dispuesto a correr ese riesgo. Elegí la obra, alternativa reservada para los hombres duros, como mi padre; hombres de honor, orgullosos, con la piel tostada y las manos plagadas de callos, que se ganaban el pan con el sudor de su frente.

Trabajaba duro, cobraba bien. Empecé a ahorrar para la entrada de un piso, me abrí una cuenta vivienda. Todos mis amigos tenían una cuenta vivienda. Según mis cálculos en un par de años habría ahorrado lo suficiente, pero de repente mi padre vendió la casa en la que vivía. La burbuja inmobiliaria alcanzaba su máximo diámetro; sacó una buena tajada. Con el dinero se compró un apartamento en la playa, apartamento que todavía esta pagando y cuya hipoteca lo tiene hasta el cuello, y nos regalo a cada hermano lo que en ese momento me pareció un pequeña fortuna, a condición de que la gastáramos bien, en algo de provecho, en algo inteligente, en un piso.

Gracias papa.

Y así hicimos, sin saber nada de lo que hay que saber en esta vida, y sabiendo mucho de cosas que no sirven para nada, firmé un préstamo a 35 años, a medias con la que era mi novia, por una cantidad de dinero que nunca veré junta. Ahora pago, a parte de la hipoteca, las consecuencias. Era joven. He cambiado. Ahora no me compraría un piso. Da igual que los precios bajen. No me lo plantearía ni teniendo el dinero para pagar en efectivo –que lo tengo. Como el que aborrece su plato favorito de tanto comerlo, y nada más acercase a el le entran arcadas, así he aborrecido yo a los pisos. He aprendido la lección.

Tampoco tengo la misma concepción del trabajo manual. Sigo creyendo, y he verificado por propia experiencia, que es extremadamente duro. Quien obtiene dinero a cambio del sufrimiento producido empujando los limites de su resistencia y fuerza corporal se merece cada céntimo, nada se le regala. Pero no encuentro dignidad por ninguna parte. Lo que yo vi no eran hombres orgullosos, eran esclavos rogando por que se acabara la jornada, aguantando los chillidos del capataz, soportando faltas en las medidas de seguridad, condiciones precarias y en algunos casos insalubres. Si indigno es el trabajo, más lo es en que se gastan el dinero que tanto les cuesta conseguir: televisiones de plasma y cervezas en el bar.

He dicho que cometí un error. No. He cometido uno cada mes, cada cuota de la hipoteca. Nueve años pagando, no porque desee mantener el piso (por mi se puede ir al infierno) sino por miedo a las consecuencias. No soy el único. Muchos compraron; como vivienda habitual, segunda vivienda, casita en la playa, para invertir. Y siguen pagando letra tras letra, renunciando a una parte importante de su sueldo, mermando un poco más la economía familiar, dándose cuenta de que no merece la pena, sabiendo que ya no pueden vender. Tiranizados por una compra de la que no pueden escapar. Siguen pagando porque, de no hacerlo, no solo pierden la segunda vivienda; pierden la primera, el coche, el coche de la mujer y el terreno que heredaron de su padre en el pueblo; y no habiendo saldado por completo la deuda, se les embarga la nomina durante algunos años. Sin olvidar los intereses y los gastos judiciales; en mi caso estos últimos ascienden a 60000 euros. Los jueces están caros últimamente. Siguen pagando porque es la opción más rentable, o pagar o perderlo todo, pero ese no es mi caso. Yo no tengo ninguna propiedad, familia, no tengo nada que perder. Para mi la opción más inteligente, económicamente hablando, es no pagar. Irme a trabajar a Londres, o Berlín, o Quebec; y venir solo de vacaciones, a visitar a mi familia y amigos. Si trabajo en España me embargan el sueldo, y una vez cobrada la deuda, me devuelven lo que ellos consideran suficiente para subsistir, que a su vez es mucho más de lo que necesito para vivir dignamente. Aun así, prefiero vivir en el extranjero, emigrar, que permitir que se lucren con mi esfuerzo.

Es el procedimiento que dicta la ley por lo tanto es legal. Sobre si es moral o no: no me creo carente de responsabilidad, cometí y un error y debería pagar por ello, debería perder el piso. El banco me prestó dinero para comprar una propiedad, tasándola se aseguró de que su valor era el suficiente para respaldar el préstamo; no pudiendo devolverlo, es justo que pierda lo que compré, pero no más. Me condenan a la clandestinidad. La pena me parece excesiva, la considero injusta, y por ello no voy a acatarla. Mi dinero esta a buen recaudo, los bancos no van a ver un céntimo de mi bolsillo.

Si cuando pienso en lo que pierdo me siento preocupado busco consuelo en la filosofía; y lo encuentro, la mayoria de las veces, en el estoicismo. Séneca, Marco Aurelio, Epicteto, siempre los tengo a mano cuando necesito consejo. Leyéndolos me he dado cuenta de lo que quiero de esta vida, y de como conseguirlo. La justicia no me permite poseer bienes; no tengo nada que temer. Las posesiones materiales no son tales: «No es tuyo lo que hizo tuyo la fortuna» dijo Séneca. En cualquier momento podemos, por distintos motivos, perder un bien que creíamos nuestro. Aferrarnos a el solo nos causará mas angustia. Debemos por tanto vivir teniendo consciencia de que todo lo material nos puede ser arrebatado. Sus escritos me proporcionan consuelo, sus vidas ejemplo. Tanto Séneca como Epicteto fueron desterrados, despojados de todo, proscritos. Acataron su condena con dignidad, sin perturbarse. Explican que el exilio es solo un cambio de lugar; la felicidad depende más de los valores de cada uno que del lugar de residencia. Encuentro en ellos un modelo a imitar.

El ser un proscrito tiene sus inconvenientes, pero también tiene sus ventajas. Como los estoicos romanos, puedes encontrar satisfacción en afrontar el exilio con dignidad, habiendo salido victorioso de la prueba, sabiéndote inquebrantable porque su castigo consiste en privarte de algo que tu ni quieres ni necesitas. Un sentimiento similar, de inmunidad, nace del hecho del que nada tiene, nada tiene que perder. Infracciones leves que cometa, como por ejemplo no pagar el recibo del teléfono móvil, o una multa de trafico, quedan impunes, fuera de la ley. Dicen que vivir al margen de la sociedad es requisito indispensable para ser creativo. Es de ese conflicto, de esa exclusión, de donde nace el arte. Es al inadaptado al que visitan las musas, o más bien, es el que en su soledad, siempre esta dispuesto a recibirlas. Bienvenidas sean.

Vida simple

He advertido una proliferación últimamente –supongo incrementado por la crisis–  de iniciativas incitándonos a vivir una vida simple. Una vida simple, pienso en ello y me imagino viviendo en el monte, pastoreando ovejas y hablando de vez en cuando con Dios.

Aun estando de acuerdo con estas iniciativas, con sus preceptos, por considerarlos lógicos y verdaderamente útiles, me es imposible evadir ciertas preguntas: ¿Tan complejas son nuestras vidas?, ¿podemos comparar la complejidad de nuestro día a día con el de James Bond, salvando al mundo, ya sea un segundo practicando el esgrima, otro esquiando, el tercero lanzándose en paracaídas?, ¿o el de un presidente de un país o gran empresa, tomando decisiones criticas, sopesando los distintos puntos de vista, pensando en el mejor resultado?. La realidad es que nuestras vidas siguen unos patrones básicos muy similares: Ir a trabajar, malgastar el dinero ganado en cosas que no necesitamos, pasar el tiempo libre en actividades triviales, chismorrear sobre el vecino, etc; para acabar, en algún momento, volviendo a trabajar. No puede surgir una vida compleja de una sucesión de actividades intrascendentes. Pero, ¿es la complejidad algo perjudicial?, ¿deberíamos alejarnos de actividades como: tocar un instrumento musical, la lectura de los grandes, la escritura, o cualquier actividad que empuje nuestros limites, sacándonos de la zona de confort, perfeccionando el arte, acabando después de cada practica más complejos de lo que empezamos?, ¿qué nos quedaría? La complejidad es lo que da sentido a la vida, sin ella queda el aburrimiento, todo hueco, sin alicientes nos movemos por inercia, como la oveja, empujada al andar por la de su izquierda y derecha, obedeciendo al rebaño.

«La vida es complicada» nos dicen; complicado no significa complejo, igual que simple no significa fácil. La vida, más que ser, a veces la percibimos, otras la hacemos complicada. Nos gustan las telenovelas, damos una importancia inexistente a pequeños acontecimientos que nada tienen de sorprendente. Si alguien dijo o hizo esto o aquello, en eso pasamos nuestras horas; si aumentamos el numero de actores, o lo intrincado del enredo, llega un momento en que nos puede parecer complicado; sin embargo, son las mismas tramas predecibles una y otra vez, repitiéndose sin cesar. Nacer para después morir, eso es lo único complicado que tiene la vida.

Vidas sencillas vividas por hombres complejos, ese sería el ideal. En su lugar tenemos vidas complicadas vividas por hombres simples.

Las iniciativas que comentaba al principio no suelen llegar tan lejos en términos filosóficos. Sus consejos suelen limitarse a la reducción de posesiones, consumo y horas de trabajo. Todo esto mezclado con un cambio de dieta y el cultivo de un pequeño huerto de jardín. Lo que, si le quitamos el aire new age, se llama anticonsumismo; pero claro, si le llamamos así puede que de anticonsumismo el receptor pase a anticapitalismo y después a comunismo y acabe llamándonos rojos hijos de puta e intente fusilarnos.

El ahorrar, ser autosuficientes, controlar nuestro consumo, nuestras posesiones, son medidas eficaces para protegernos contra distintas eventualidades: como un despido o una recesión económica. Pero si lo que buscamos es consejo sobre como vivir nuestra vida, como vivir una buena vida, la búsqueda no es puede quedar ahí; tiene que llegar obligatoriamente a la filosofía.

País de pillos y El Lazarillo de Tormes

Leí por primera vez El Lazarillo de Tormes en el instituto, era junto con el Guardián entre el Centeno parte de las lecturas obligatorias en la asignatura de literatura. Ambos me marcaron; dos libros que desde entonces llevo siempre conmigo. A diferencia del resto de contenidos de aquella clase.

El Lazarillo fue, en su día, precursor de la novela picaresca, un genero muy español. Se narra la vida de Lazaro de Tormes; un huérfano al que la mala suerte le envía una calamidad tras otra, y las supera con ingenio y astucia, con picardía.

Un pícaro es una persona que no acepta como propio el código moral predominante de la sociedad en la que vive. Moral que, como en todas las épocas, preparan las clases altas y dejan filtrar desde su posición a las clases bajas. Es el aspirante a pícaro el que se da cuenta de la hipocresía del sistema, la ley del embudo por la que la dejan caer: «lo ancho para mi y lo angosto para ti», y teniendo presente la injusticia, armado con astucia, el pícaro hace lo necesario para sobrevivir, sin importarle lo deshonroso que lo encuentren los otros. Pero nunca cruza la linea de la moral natural, no mata o usa la violencia sin ser agredido o roba al que nada tiene. Tachamos a Lazaro de pillo pero no de mala persona. En la historia, viendo que el escudero no tiene para comer, Lazaro se compadece y comparte su pan con él.

El Lazarillo, la novela picaresca, es parte de nuestra cultura, nos refleja, nos define. España, país de pillos. Donde quienquiera roba si cree que puede quedar impune: montar una bici apoyada sin candado o no devolver una cartera encontrada, el paraíso del pequeño hurto, o como dice mi padre «cambiar las cosas de sitio». Donde se estafa al estado por una subvención o se vende un coche sabiendo que esta averiado, sin avisar al comprador. Picaros.

Esa imagen tenemos nosotros y tienen en el extranjero. En Londres, cuando conversando con ingleses salia el tema, y nos preguntaban por nuestra falta de moral, algunos amigos se avergonzaban, se encogían de hombros, ponían los ojos en blanco, y daban disculpas y explicaciones que tenían aprendidas de memoria, las mismas que da un político, que ni disculpan ni explican nada. Yo no. Yo sonreía, orgulloso. Yo me avergüenzo de este país, pero por lo contrario. Aquí faltan pillos, y sobran borregos que asumen códigos morales, venidos de Dios y Rey sabe donde, como propios; borregos que piensan que el estado de decadencia constante del país es culpa de los que roban un mendrugo de pan. Sobran idiotas que creen que el arrimar el hombro, mientras los de siempre se llevan nuestro sudor, nuestra vida, es de patriotas. Si alguien estafa al estado para conseguir una subvención de 300 euros no es porque esté intentando hacerse rico, es porque le falta para comer –o para un iPhone, pero rico no se va a hacer. La picaresca nace de la hipocresía y de la injusticia. Nadie nace pícaro, ni Lazaro; fue el ciego, cuando le estampó la cabeza contra una estatua, y le dijo: «más vale que espabiles» quien empezó a convertirlo. Este es un país de hipócritas y miserables y borregos y de pillos que intentamos vivir entre ellos.

 

En respuesta a este articulo que aunque antiguo trata un tema que nunca pasa de moda.

Sobre la soberbia

A pesar de lo que pueda parecer, de entre todos los pecados, los llamados capitales no son considerados los más graves. Se les otorga ese calificativo por ser aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada; y por tanto los que nos hacen, en caso de sucumbir a ellos, más susceptibles de cometer maldades de mayor envergadura. Son la raíz de toda vileza. Las puertas que nos conducen a la perdición del alma.

Es a su vez el orgullo (también llamado soberbia), de entre los siete pecados capitales, el que suele ser considerado como fuente principal de la que derivan los otros. El peor de los peores. Paradójicamente, es el único que tiene una connotación positiva. Uno puede ser soberbio, creerse por encima de los demás; pero uno también puede estar orgulloso de si mismo, sentirse en paz y contento por los objetivos cumplidos. El orgullo es, al mismo tiempo, el peor de los pecados y una virtud. El diablillo y el ángel apoyados en nuestro hombro, susurrándonos al oído, jugando con nosotros.

Lo contrario de lo malo debe de ser bueno. Si la soberbia es el creerse por encima de los demás –lo que en psicología se considera un complejo de superioridad–, entonces el creerse por debajo debe de ser una virtud. Pero no, en este caso, como en tantos otros, ninguno de los extremos es lo deseable. En el camino del medio, la humildad, el aceptar nuestras habilidades y defectos, el sentirnos orgullosos de quienes somos, ahí reside la virtud. De nuevo nos encontramos con la paradoja en este pecado; los extremos van de la mano, ocurren a la par, uno alimenta al otro. El que sufre de soberbia oscila entre el complejo de inferioridad y el de superioridad que intenta compensarlo, encontrándose en unos momentos avergonzado de si mismo, en otros denigrando a los demás para reafirmarse.

Esa combinación de soberbia y baja autoestima es lo que lleva a ciertas personas a percibir cualquier tipo de critica como una amenaza, cualquier broma como un ataque; y sintiéndose en peligro, a contraatacar para no resultar heridos. Estos cuasi paranoicos ven conspiraciones contra su persona en las situaciones más inverosímiles. Tienden a narrar una y otra vez las hazañas cometidas, por insignificantes que hayan sido; a desafiar, para demostrar que son mejores, a cualquiera que muestre mayor destreza que ellos.

Sin embargo el orgullo comedido, aquel que viene de dentro, que no necesita confirmación exterior, otorga confianza, grandeza, tranquilidad. Se refiere Aristóteles a él, aunque con el nombre de magnanimidad, en la Ética a Nicómano, y dice: «El magnánimo está en un extremo con relación a su grandeza misma; pero ocupa el justo medio, porque es como debe de ser; se estima en su justo valor, mientras que los demás, por lo contrario, pecan por exceso o por defecto.» Este tipo de orgullo resiste impasible tanto a los halagos, como a los insultos: » Pero el magnánimo desdeñará profundamente el honor que le dispense el vulgo y que vaya unido a cosas menudas; porque no es digno de él semejante honor; y el mismo desdén debe manifestar para con los insultos, puesto que jamás pueden ser justos tratándose de él».

El orgullo debe de surgir de causas nobles de las cuales hayamos formado parte, pero nunca de algo en lo cual no tuvimos nada que ver. Puedo sentirme orgulloso de participar en un programa de ayuda a indigentes, pero no de tener ojos azules. En lo primero tomé parte, lo segundo me fue dado. Y aun así hay gente que dice sentirse orgullosa de ser Española, como si hubieran elegido el lugar en el que nacer, o hubieran hecho algo para dar forma a este país. Orgullosos de ser del Betis, como si creyeran que sus insultos al arbitro (a veces incluso a través del televisor) de verdad influyen en el resultado, y que aunque así fuera, que ésta es una causa digna de la que sentirse orgulloso. Orgulloso de ser negro, o gitano. La autoafirmación por medio de la pertenencia a un colectivo tiene el mismo problema que la soberbia, viene del exterior y no del interior. Yo no soy responsable del comportamiento del grupo, y por ende no tiene lógica ni sentirme orgulloso de él, ni avergonzado de él. ¿Si pierde el Betis debo de sentir verguenza?, ¿y si España vende armas a países en guerra?. En cuanto a las causas nobles, puedo sentirme orgulloso de poseer un cuerpo trabajado, pero el verdadero nombre para ello es vanidad, no magnanimidad.

El patriotismo lleva a la guerra y al fascismo. La vanidad lleva a la soberbia. Y cualquier fuente de orgullo que no sea noble y comedida lleva a otros males.

 

Sobre los animales de compañía

El otro día me dijo un amigo que se había agenciado un par de loritos del genero agapornis, a lo que le respondí, después de sopesar la idea unos segundos, que era un sádico hijo de puta. Le dije que si me invitaba a su casa, lo primero que iba a hacer al entrar era retorcerles el pescuezo a los pajarillos, para acabar con su existencia miserable. Y que si además de tenerlos encerrados todo el día en una jaula tan solo para admirarlos se lucraba con la venta de las crías era un rastrero hijo de puta, aparte de sádico.

Qué le vamos a hacer, soy de sangre caliente.

Me respondió que eso carecía de sentido, que era una locura, y se escudó en el argumento de que los agapornis son animales de compañía. El fallo esta en que: no lo son.

Explicación de animal de compañía y animal domestico

Un animal de compañía o mascota es un animal doméstico conservado con el propósito de brindar compañía o para el disfrute del poseedor; los animales de compañía no son conservados para traer beneficios económicos o alimenticios.

Son, por lo tanto, un subconjunto de los animales domésticos. ¿Qué es un animal domestico?, o más bien, ¿qué hace a un animal domestico?. Respuesta: un proceso de domesticación.

La domesticación es el proceso por el cual una población de una determinada especie animal o vegetal pierde, adquiere o desarrolla ciertos caracteres morfológicos, fisiológicos o de comportamiento, los cuales son heredables y, además, son el resultado de una interacción prolongada y de una selección artificial por parte del ser humano. Su finalidad es obtener determinados beneficios de dichas modificaciones.

Los animales que han sufrido tal proceso son: los perros, los gatos y los animales de granja. Así que, a no ser que estés pensando en tener a un conejo, una cabra o un cerdito en casa, los únicos animales que son domésticos, y por tanto de compañía, son el perro y el gato. No más, ni iguanas, ni camaleones, ni peces, ni canarios, ni arañas, ni monos, ni el agapornis de mi amigo el hijo de puta, ni niños muertos ni ostias. Perros y gatos.

Diferencia entre domesticación y doma

Alguno puede estar en este mismo momento mirando con ceño fruncido al terrario, al acuario o a la jaula, preguntándose: «pues si yo compre esto en la tienda de animales de compañía ¿no?, dejara de ser un animal de compañía, si salio de allí, coño».

Ya, el que Jesulín tuviera a un tigre, y que este tigre estuviera amaestrado, no quiere decir que estuviera domesticado, ni que fuera un animal de compañía. Hay una diferencia entre el proceso de doma y de domesticación. La doma consiste en acostumbrar al animal fiero y salvaje a la vista y compañía de las personas; es un proceso largo en el que se obliga a un individuo a adaptarse para vivir dependiendo del ser humano. En el proceso de doma se habla de individuos, se doman individuos aislados, pero nunca poblaciones enteras. Por el contrario, en el de domesticación se habla de especies.

También se usa el termino «animal exótico» para definir a especies de animales de compañía no convencionales. Lo que de nuevo es erróneo. Un animal exótico es una especie introducida por el hombre a un ambiente diferente al de su país de origen, lo que es totalmente irrelevante en esta discusión. Consideraremos un animal exótico como salvaje, no domesticado, sin importar si proviene de nuestro ambiente o no.

Pero un simple juego de palabras no va a detener nuestros deseos de poseer una criatura de ojos saltones en casa. Si la ciencia nos dice que no son animales domésticos, el hombre, haciendo uso de esa capacidad para retorcer el lenguaje y acomodarlo a sus intereses, los califica como: animales que se adaptan bien al ser humano, amigables. La wikipedia incluso dice que «se convierten en domésticos», como si de al cristianismo se tratara.

Mansedad no significa felicidad

Que una especie determinada sea mansa, sumisa, el que no este mordiendo los barrotes o a nosotros mismos día y noche, intentando escapar, el que sobreviva encarcelada o que no muestre signos de dolor o sufrimiento aparentes no significa que nos de su consentimiento para mantenerla en condiciones de cautiverio.

Y seguro que alguien puede argumentar: «Si parece feliz y se cubren todas sus necesidades, no veo ningún problema en mantenerla encerrada». Cuando esta gente habla de «necesidades» no se si se refieren únicamente a necesidades nutricionales –que dicho sea de paso, tampoco se cumplen en la mayoría de los casos. Los animales son mucho más complejos de lo que a primera vista se pudiera suponer; tienen necesidades sociales, necesitan relacionarse con sus congéneres, aparearse, competir; y sin duda tienen necesidades de espacio, una iguana encerrada todo el día en un terrario diminuto o una canario encerrado en una jaula es, a todos los efectos, inhumano, y según interpretemos la legislación, delito.

El poseedor de un animal, y subsidiariamente su propietario, deberá mantenerlo en buenas condiciones higiénico-sanitarias, procurándole instalaciones adecuadas para su cobijo, proporcionándole alimentación y bebida, dándole la oportunidad de ejercicio físico y atendiéndole de acuerdo con sus necesidades fisiológicas y etológicas en función de su especie y raza y cumplimentar las formalidades administrativas que en cada caso procedan.

Expresamente prohibido:

g) Mantenerlos en instalaciones inadecuadas desde el punto de vista higiénico-sanitario y con dimensiones y características inapropiadas para su bienestar.

El encontrar gozo contemplando un animal viviendo en condiciones totalmente antinaturales y miserables es de sádicos.

Sadismo

El sadismo es un comportamiento consistente en sentir placer causando dolor físico o psicológico a otro ser vivo.

Sufrimiento

Y sin embargo hay gente que se engaña, se cuenta historias, y se dice: «Pues parece que esta contento viviendo ahí». Teniendo en cuenta la situación, dudo mucho que hayamos llegado a tal punto de complicidad con nuestras mascotas que sepamos cuando sufren o cuando no. Que un animal no muestre signos claros de dolor no significa que no sufra. El estrés causa sufrimiento, el verse cautivos y el no tener consciencia del porque, no tener idea del motivo o la duración del encierro, el chocarse una y otra vez contra los barrotes de su jaula, causa sufrimiento. El verse aislados de otros ejemplares, el no poder estirar sus miembros, el no poder llevar una vida acorde a su naturaleza causa miseria. Y si se la causa a ellos, aunque sea minima, deberia de causarnosla a nosotros. No solo porque somos los responsables, sino por los motivos por los cuales lo somos.

Zoocría

La zoocría es la actividad del hombre que involucra el manejo de animales pertenecientes a especies no domésticas, bajo condiciones de cautiverio o semi-cautiverio, con la finalidad de que a través del mantenimiento, crecimiento o reproducción de los individuos se atiendan demandas humanas o necesidades de la ciencia y de la conservación.

¿Demandas humanas cómo paliar un sentimiento de soledad?, ¿cómo el sentir las endorfinas que nos producen la compra de algo raro y exótico?, ¿cómo el sentirnos dueños de un ser vivo?, ¿el creernos dios?, ¿cómo el sentir que algo nos necesita, que somos importantes?.

Dinero

Y en esos motivos estamos teniendo en cuenta que el propietario no es plenamente consiente de lo que hace. Pero, ¿y todos los que se lucran con sus mascotas?, ¿todos los que se sacan un sobresueldo criando y vendiendo tortugas?, ¿iguanas?, ¿agapornis?. Si el que tiene un animal por sentirse solo todavía puede tener alguna deferencia para con este, cuando aplicamos la ley del máximo beneficio, cuando vemos a los animales como productos, como números, como elementos de producción, esa deferencia no tarda en perderse.

¿Cuán enfermos estamos?

¿Y cómo es posible que la legislación, y la sociedad en general permita esto?,

¿Por qué se llama animal de compañía a lo que no es, y no se llama hijo de puta a lo que es?

A lo mejor si empezamos con el lenguaje, llegamos a alguna parte.

La filosofía no es una actividad agradable al público

La filosofía no es una actividad agradable al público, ni se presta a la ostentación. No se funda en las palabras, sino en las obras. Ni se emplea para que transcurra el día con algún entretenimiento, para eliminar del ocio el fastidio: configura y modela el espíritu, ordena la vida, rige las acciones, muestra lo que se debe hacer y lo que se debe omitir, se sienta en el timón y a través de los peligros dirige el rumbo de los que vacilan. Sin ella nadie puede vivir sin temor, nadie con seguridad; innumerables sucesos acaecen cada hora que exigen un consejo y éste hay que recabarlo de ella.

Séneca — Cartas filosóficas

 

 

The ultimate test

The ultimate test for the ability to control the quality of experience is what a person does in solitude, with no external demands to give structure to attention. It is relatively easy to become involved with a job, to enjoy the company of friends, to be entertained in a theater or at a concert. But what happens when we are left to our own devices? Alone, when the dark night of the soul descends, are we forced into frantic attempts to distract the mind from its coming? Or are we able to take on activities that are not only enjoyable, but make the self grow?

To fill free time with activities that require concentration, that increase skills, that lead to a development of the self, is not the same as killing time by watching television or taking recreational drugs. Although both strategies might be seen as different ways of coping with the same threat of chaos, as defenses against ontological anxiety, the former leads to growth, while the latter merely serves to keep the mind from unraveling. A person who rarely gets bored, who does not constantly need a favorable external environment to enjoy the moment, has passed the test for having achieved a creative life.

The flow